Notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo. (...) La imposibilidad de penetrar en el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque éstos sean provisorios (Borges, 2007, pág. 142).
Recordamos que en nuestra infancia hacíamos una pregunta recurrente: ¿Qué hay en el universo?... Galaxias, estrellas, constelaciones, planetas, satélites, astros, entre otros, así nos lo afirmaban las ciencias naturales y nuestras consultas en enciclopedias o incluso en el álbum de chocolatinas con sus pequeñas estampitas, pero intuitivamente sabíamos que había algo más en su constitución, algo insospechado y a lo mejor intangible o invisible, ubicado en su parte más remota y oscura, por ello, con el pasar del tiempo, hemos creado nuestra propia respuesta: El universo está colmado de pasado, de lo que creemos perdido, de silencio, de memoria, de olvido y del origen de cada ser humano que como un bucle se reproduce en la existencia. Gracias a esta especular respuesta configurábamos el proyecto artístico Autobiografía del universo, presentado en la Sala U de la Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, en el 2019, el cual, es preciso señalar como el antecedente para la presente exposición.
Entonces teniendo esto claro y retomando la primera pregunta, sumamos otra: ¿Qué hay después del universo?... Desde un ámbito científico sería imposible obtener una respuesta, es más, podría anularse por su insensatez, pero desde nuestra mirada y convicción en ella, afirmamos que hay: fragmentos, trozos dispersos de aquel orbe, que desde la distancia, el vacío, el hueco, son capaces de evocar su bastedad, “como sucede con los múltiples fragmentos de un cántaro roto; no son iguales sino correspondientes, [no se puede anhelar] su sentido original, sino acercase amorosamente a cada una de sus partes, [reconociendo desde su ser incompleto que pertenecen a una forma] superior” (Benjamin, 2010, pág. 121).
Así mismo sucede con esta exposición, las piezas que la componen hacen parte de un cuerpo mayor: el proyecto Autobiografía del Universo, pero que en su mayoría no pudieron ser presentadas. Ahora La Balsa Arte las acoge para desde lo discontinuo, el salto o lo improvisto, presenten, no una narración lineal y organizada, o la remarcación de una historia, sino una arqueología donde cada fragmento alumbra nuestro pasado, ese que comprende un país, un desastre natural, un lugar, miles de otros que no podemos nombrar, pero que son parte imborrable de nuestra vida y hermandad.
De este modo las video instalaciones Corriente y Firmamento, y los videos Universo y Piedra son las traducciones de un lamento, de lo inevitable y de aquello que evidencia la fragilidad de nuestra naturaleza humana, por medio del gesto performativo. De otro modo, las series Ocaso y Niños perdidos abordan la fotografía no como documento fidedigno de un acontecimiento o de un momento familiar, sino como una “imagen que, pese a todo, supervive”1 porque la mirada la ha trasformado y la seguirá transformando. Finalmente, las piezas gráficas son el resultado de lo que aprendimos en la infancia, con nuestros primeros dibujos y recortes de papel: la realidad puede dejar su dureza, así, aquello que abruma, que hace cerrar los ojos, que duele y que es del otro, se ablanda con la inocencia para finalmente poder decir que aquello también es nuestro.
Lindy Márquez.