Desde hace más de dos años, Ana María Velásquez enfoca su atención sobre el gallinazo o buitre para realizar una reflexión minuciosa sobre sus condiciones de existencia, se ha convertido en una experta en esa ave que, silenciosa y muy sociable, suele reunirse en grandes grupos o bandadas. Ella se interesa en su morfología compleja, en el número y forma de su plumaje, en su esqueleto y en sus hábitos. De la mano de expertos, se ha reconocido su importancia y dignidad, ya que cohabitan con el hombre en las ciudades, haciendo el trabajo sucio generado por los desechos y basuras, al punto de convertirse en uno de los elementos más complejos del ecosistema que hemos creado.
El hombre ha transformado la tierra de forma definitiva e irreversible. De manera análoga al taxidermista, Velásquez trabaja en la clasificación de nuestros desechos para representar a este compañero de viaje, cumpliendo una labor científica, pues ha encontrado un nicho donde el sobrante se transforma en material durable y expresivo. En su repertorio de material escultórico caben cepillos de todo tipo, bolsas de leche, ganchos de lavandería, en fin, algunos de los innumerables desechos cotidianos que produce el hombre en su sabiduría, modernidad y cultura; esta suerte de ‘flora y fauna’ que descartamos tras cada visita al supermercado planetario.
Las especies vivas que se hallan clasificadas hoy en familias, géneros, subgéneros y grupos, son seres que conviven en un frágil balance entre el peligro de extinción y la posibilidad de perpetuarse. El gallinazo es, por el momento, el compañero de viaje que nos recuerda la necesidad de ordenar un conocimiento y trabajar con él de forma organizada. Velásquez lo representa a partir de la flexibilidad, dimensión o color de los materiales industriales reciclados para este propósito.
En su trabajo, Velásquez explora de manera consciente, investiga posibilidades materiales y estéticas que oscilan entre la radiografía y dibujo, la escultura y la producción serial-manual de partes (ojos, huesos, plumas, patas) para dar cuenta, desde su taller de científico loco, de este animal prehistórico. Y lo hace precisamente a partir de desechos que provienen de nuestro uso indiscriminado de materiales artificiales e industriales recolectados y clasificados por ella con un afán científico. El hecho es que la impronta que deja el hombre sobre el planeta se verifica; es profunda, diseminada e innegable.
Sobre los gallinazos proyectamos nuestros temores; quizá el fastidio que sentimos hacia nuestra propia especie derrochadora y destructora. Ojalá esta muestra nos traiga augurios de tiempos mejores.
Ana Patricia Gómez Jaramillo
Dir. La Balsa Arte.