Julián Burgos se interesa en la pintura como un espacio afectivo, donde la estructura jerarquía de figuras en el espacio se fragmenta y reorganiza dentro del plano de un cuadro, sugiriendo una disolución y re-configuración de los cánones del barroco. Tomando como referente el lenguaje y color de pintura dieciochesca de los franceses Bouchon, Fragonard, o Poussin, la obra se descompone de modo análogo a la creación de imagen por medios digitales.
Este ejercicio desemboca, en la obra más reciente, en la consideración de las herramientas digitales que se mimetizan dentro de unas configuraciones que aluden a la teoría del caos.
Por un lado, nos enfrenta a un espectro de partes figurativas, en procesos cinético-dinámicos de configuración y por el otro, a una imagen total que habla de su propia formación a partir del ensamblaje de fragmentos. Estas ideas poéticas tienen su origen en la segunda ley de la termodinámica, según la cual la materia y la energía del universo evolucionan hacia un estado de inercia (tendencia a cero) uniforme. La estética derivada de sistemas complejos, dinámicos y no-lineales, nos demanda hacer preguntas sobre la idea misma de la tradición pictórica, la cual se transforma mediante la inscripción de signos gestuales de carácter digital. Como en los sistemas auto-organizados, una pequeña variación en las condiciones iniciales nos impide hacer predicciones futuras; la imagen barroca se somete a la de-compresión de lo virtual.
Las referencias al consumo visual, a la fragmentación del conocimiento y el humor que nutre la obra de quien no se toma ninguna formulación como definitiva instauran una lectura nueva de la obra, cuya excelente factura nos remonta a las tradiciones del oficio.
Ana Patricia Gómez Jaramillo