LA MIRADA DESDE EL ESTUDIO
febrero 20, 2016 -
abril 2, 2016
La Balsa Arte Bogotá
Jorge_Gomez_La_Mirada
Panorámica de sala. La mirada desde el estudio, La Balsa Arte Bogotá

“La mirada desde el estudio”, o El Tiempo Vivido

“El mundo viene a mi estudio para ser pintado”, dijo Courbet.
En el título de la muestra “La mirada desde el estudio”, Jorge Gómez Restrepo plantea la clave para la lectura de la exposición que se presenta en La Balsa Arte. Es una invitación abierta a posicionarnos en el interior de su espacio de trabajo, a identificar su obra con el lugar concreto de donde emana su universo particular: el estudio del artista. Este marco conceptual explícita un lugar, una luz y un paisaje circundante y sitúa su praxis dentro de un conjunto de tradiciones en la historia del arte.
El estudio representa el mundo personal, la intimidad y el recogimiento propios pues de allí parte el escrutinio de un paisaje, una calle, un recuerdo. Es el núcleo desde el cual germina la construcción de un universo simbólico; es un segundo hogar donde se construye una visión del mundo en la inmediatez de lo propio. Es el fruto de la resta y el descarte y como tal, para Gómez Restrepo, es parte de su ser y motor de su oficio.
La delimitación intencional de la acción pictórica a un espacio determinado hace que el tiempo se fije, se ralentice y se detenga, hecho crucial para perfilar la mirada sobre el entorno inmediato y próximo o sobre lugares distantes que han sido objeto de múltiples esquemas y apuntes. Estos se objetivizan, se individualizan como imágenes a considerar, constatar, ponderar, para resolverse en imágenes que dan cuenta del registro de otros ritmos del tiempo. El paso del carboncillo al óleo implica un proceso cuidadoso de estudio de la luz y la forma, proceso siempre abocado con un gesto enérgico, que termina por fijar en una imagen sintética la subjetividad propia del artista y otra dimensión temporal.
La reiteración temática en el paisaje, en los interiores y en unas ciudades emblemáticas sugiere otra dimensión del tiempo, un tiempo lento de resistencia, un tiempo de vida impermeable a las virtudes aparentes del cambio y la novedad. Es evidente la tensión entre el registro de la imagen en trazos esquemáticos y la fijación de la misma en el lento proceso pictórico final. La fuerza aparece como un hecho natural. Se manifiesta en la pintura mediante múltiples trazos y capas, superposiciones cromáticas y pigmentos densos en relieve sobre el lienzo.
Lo imperturbable se pondera; se manifiesta en el peso de la obra. Sea en los diversos estudios que ha ocupado el artista, o en las imágenes del solar de Guadalcanal, la casa de familia, o en las escenas urbanas, su técnica nos retorna a la noción hoy desdibujada del proceso pictórico. Sus imágenes no son escenas del pasado; corresponden a la fijación del presente como si fuese un instante extendido. Esto es un árbol caído (Solar); una imagen del río Cauca, emblemática y eterna; un cruce de calles cuya arquitectura habla de permanencias, espacios históricamente definidos, resilientes a los embates de la modernidad.
La mirada atenta a las permanencias subyacentes en los paisajes urbanos y rurales logra que lo concreto, aún en los elementos más físicamente tangibles como la arquitectura, se deslice discretamente hacia la abstracción. Abstraer significa sacar algo esencial de una totalidad. La abstracción o reducción del cuadro a sus elementos básicos constitutivos es una característica de su obra; es un ejercicio de síntesis que permite profundizar en los efectos de la materia, la luz y el color. El trazo rectilíneo ahonda y dramatiza la profundidad espacial y la complejidad formal, en un gestualismo afín con las prácticas pictóricas contemporáneas del neo-expresionismo y el expresionismo abstracto que surgió como una reacción al conceptualismo y el minimalismo de los años 70. Podríamos argumentar que el retorno a temas reconocibles, hecho de manera subjetiva y emocional, es cíclico, pues la velocidad del momento tecnológico, digital y virtual aleja la atención necesaria de los residuos inmutables y las permanencias, de los ciclos lentos de la naturaleza y de la vida humana.
Históricamente, la importancia del estudio del artista cambió con la comercialización del óleo en contenedores metálicos. La caja de pinturas liberó al artista del estudio y le permitió pintar “al natural” ya que, hasta entonces, el artista producía sus pigmentos en el estudio, procesando diversos minerales y aceites. Con el paso del tiempo, los espacios para la producción artística se transformaron al unísono con la sociedad. El célebre Andy Warhol instauró la “fabrica” de arte, a la vez taller y espacio colectivo de producción. En otros escenarios, como es el caso de Francis Bacon, el estudio se transformó en sinónimo de la vida y de la personalidad del artista, al ser trasladado con exactitud milimétrica a una institución como si se tratase del gabinete psicoanalítico de Sigmund Freud.
Algunas prácticas del arte contemporáneo han salido a la calle, tomando su lugar entre la proliferación de imágenes agitadas de la contemporaneidad. La instalación o el performance, por ejemplo, tienen posibilidades de generarse y desarrollarse en cualquier lugar con la fugacidad y lo efímero de la noticia, la publicidad, o de la comunicación electrónica.
La obra de Jorge Gómez nos trae de vuelta a un arte meditativo que oscila entre el mundo y la contemplación. Se focaliza en la pintura como medio expresivo y es este medio el que le permite referirse a ideas y conceptos del mundo empírico en una forma concreta, profundamente humana. La resistencia es una manera de oficio, pero también es postura ética frente al consumo frenético de la imagen pasajera. Lo concreto es siempre una instancia de lo abstracto, es el instante congelado, el tiempo detenido, una ventana a lo infinito.
En “La mirada desde el estudio” el tiempo es vivido conscientemente y el mundo viene a su encuentro. El paisaje no comienza a ser una percepción de lo real hasta que no es interpretado por un artista, así como una sociedad adquiere presencia en la vida humana y en el tiempo histórico cuando se convierte en objeto de estudio. El viaje de Pedro Cieza de León en el siglo XVI y sus crónicas reviven en el carboncillo del río Cauca, recordándonos que el maravilloso paisaje colombiano es también historia, como lo son las catedrales o los paisajes urbanos de Medellín y Madrid.
Esta forma de cantar al paisaje, observando cambios y continuidades, constatando la vida y muerte de los lugares y de los parajes naturales, como en la muerte de un árbol (Solar), es un testimonio de nuestro propio destino.
Bogotá, febrero 2016

Imágenes de la muestra

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