La Vida sin Maquillaje.
Por María Isabel Rueda
En una época extraña de mi vida en la cual había hecho una “pausa” voluntaria para saber a qué quería dedicarme el resto de mis días, le siguió un viaje a Paris, en donde terminé viviendo en un pequeño apartamento en el distrito 17.
Cada día deambulaba sin rumbo fijo hasta el amanecer, quizás emulando el clisé del fláneur, de los libros que había devorado de Baudelaire y Rimbaud, en mi adolescencia.
Por pura casualidad, una tarde terminé visitando una exposición gratuita que reunía los objetos de los surrealistas.
En el centro de la mesa de un museo:
un metrónomo con un ojo.
Por efectos quizás, del exceso de hachís
lo veía impositivo.
Ese ojo
moviéndose de un lado a otro,
intentaba poner reglas a mi dispersión.
Contra mi voluntad
Me sincronicé.
De la nada,
una voz interna,
casi que ridícula emitió la siguiente frase:
Estudia Artes Pláticas.
Salí de la sala.
Estaba molesta.
¡Qué idea tan estúpida!
Si bien había devorado a Blanchot, a Sade y a Lautreamont.
Bretón y los surrealistas, eran realmente mis enemigos.
Lo mío era el bajo materialismo,
Lo mío era caer desde lo alto a revolcarme en el lodo;
Además, los surrealistas eran unos machistas,
Me vanagloriaba de haber releído la historia del ojo de Bataille
y de haberla comentado con un amigo.
Ahora otro ojo
uno surrealista
intentaba meterse en mi frecuencia y me daba órdenes.
Un ojo de papel me hablaba.
En mi paranoia era un ojo enemigo.
un espía de mi propia vida.
Sin embargo, estudié Artes.
En la entrevista de entrada a la universidad me preguntaron por razones
Les dije había oído una voz
Quizás la de Man Ray,
pero no estaba del todo segura…
Se rieron.
Pero me aceptaron.
Tic, tic, tic, tic…