Unas semanas atrás, se enfermó Cosmos, el pastor alemán que acompaña a Diego y su familia desde hace un año. Todas las mañanas durante una semana, recibí un parte médico sobre la condición, cirugía y recuperación del perro. Diego tiene la rara virtud de mantener la calma, la gentileza y el buen humor a toda hora; nunca le había escuchado antes esa ansiedad. Realmente estaba preocupado por su compañero.

Un perro solo era tanto como decir un perro muerto. Así describe Paul Auster la interdependencia perro-humano en Tombuctú, novela que le da título a esta exposición y que relata —desde la perspectiva canina de Míster Bones— el intento de su dueño moribundo, Willy, por dejar su mascota en buenas manos antes de fallecer. Es un relato de afecto entrañable y mutuo en el que el lector se adentra en la psique y las emociones del perro. Y, por tanto, es una historia que problematiza la visión antropocéntrica que considera a los animales seres menores, pues plantea una sensibilidad estética común entre humanos y perros: Y si, como todos los filósofos habían observado al respecto, el arte era una actividad humana que se apoyaba en los sentidos para llegar al alma, ¿no era también lógico que los perros —al menos los perros del calibre de Míster Bones— tuviesen la capacidad de sentir un impulso estético similar?

El afecto perro-dueño de la novela de Auster y la fina atención con que Diego se ha dedicado a retratar a los sujetos caninos, plantean interrogantes sobre dónde se trazan los límites entre cultura y naturaleza, sujeto y objeto, creación e imitación, porque en ellos los perros no son mera musa. Resuenan, ambas obras, con la investigación que Vinciane Despret presenta en ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas? (2012), donde toma en serio las capacidades comunicativas y artísticas de los animales, afirmando que "bestias y hombres obran juntos," pues ambos son seres culturales.

Los cuadros caninos reunidos en Tombuctú, perra vida, surgieron en el último año y medio. Anticiparon y acompañaron la llegada de Cosmos a la vida de Diego, un tiempo que trajo cambios de dinámicas afectivas íntimas como también mudanzas sociales y políticas, entre ellas la extraña transición a la pospandemia que aun vivimos. Pero, esta serie marca, en cierto sentido, una mengua en el pesimismo y la ironía que prevalecían en trabajos anteriores de Diego. Aquí, vemos un perro callejero convertido en Primer Canino de Chile, perros-héroes de rescate, perros-comensales que se divierten, perros fieles que dan apoyo emocional a sus amos, perros que hacen acrobacias; perros que parchan juntos, vestidos de trajes elegantes. Y vemos a Cosmos, obvio... La existencia sigue siendo una perra vida, pero ya con la casi-ternura de los "animalitos para la depresión" que aparecen en la otra serie aquí expuesta.

“Todo el mundo se encuentra en la plastilina, el chiste y los perros,” comentaba Diego unos días atrás, justo antes de dar un taller de modelado de animales en El Charquito, Soacha. Explicaba por qué considera la plastilina un material político, pues —como los perros— también toca fibras, despierta recuerdos, afectos y diálogos, convocando a las personas al encuentro. Y, por más fugaz y lúdico que sea su uso convencional, como materia y medio la plastilina no se deja vencer tan fácilmente. Un derivado del petróleo que existe desde 1880, ahora deja para la posteridad imágenes caninas y memes irónicos, legándolos a la turbulenta estratigrafía de nuestra cultura visual contemporánea.

En últimas, el "puntillismo en plastilina" sacude las cartografías culturales que jerarquizan los lugares que ocupan en el arte lo efímero y lo duradero, lo serio y lo frívolo. Extrae del scroll en la pantalla del celular, fotografías, cuadros populares y memes para trasladarlos a otra temporalidad —la de los dedos meticulosos que van formando pacientemente diminutas bolitas de plastilina, mezclando sus colores con una precisión impresionante. Y, en el minuto que se toma la elaboración de cada bolita, es como si un píxel se expandiera en el tiempo y el espacio para tomar una forma tridimensional. Luego, aplastada por Diego en un soporte de madera, cada esfera maleable es impresa con su huella digital. Y ahí, llega para quedarse.

Lisa Blackmore

Bogotá, 2023