
Dicen que en el principio era el verbo, pero al nacer lo primero que hacemos es pegar un grito y llorar. Luego sale la A de una boca que es solo encías. Los que nos rodean nos repiten sus nombres e intentamos atinarle a modular esa boca que genera ruidos. Una vez aprendemos las vocales, letras, sujeto, verbo y predicado, no hay vuelta atrás, estamos inmersos en el lenguaje. El mundo y el pensamiento se van construyendo una palabra tras otra. Viene un bombardeo de reglas que interiorizamos, nos parecen obvias de tanto choque, repetición y corrección. Rondas y planas refuerzan este bautismo entre lápices que se rompen y renglones de ferrocarril.
Llegan los trestristestigres, y con ellos erre con erre, guitarra, erre con erre, barril. Y entonces, además de nombrar el mundo, aparecen usos del lenguaje en el que el movimiento es tan intenso que parece crear remolinos, y las palabras comienzan a sonar más, a perder su significado, a distorsionarse y a deshilarse en fragmentos. Daniel se ha interesado por estas formas móviles e interrumpidas del lenguaje: sus dibujos, acuarelas y óleos son proyecciones de este fenómeno. Los trabalenguas, dichos populares, letras de canciones, anécdotas, y cuentos, son algunos de los usos del lenguaje que Daniel observa, y en los que encuentra, no solo sonoridad, poética, juego, y sinsentido, sino gran parte de nuestra construcción identitaria.
Reuniendo detalles y fragmentos de distintos lugares y poniéndolos a convivir, Daniel realiza una serie de montajes en los que no basta identificar el origen de las partes o buscar algún referente mimético. Sino más bien aproximarse al montaje como un todo, donde la superposición de fragmentos aparece como un nuevo orden para recorrer. Es en esa pluralidad, en la que se manifiesta la maleabilidad de la obra y el lenguaje. Si un trabalenguas fuera una imagen sería un collage de Daniel.