-o el retorno de lo salvaje-.
El mundo imaginario de Miguel Cárdenas oscila entre paisajes oníricos y un extraño encuentro entre seres humanos, figuras mitológicas en una naturaleza recreada. A este lugar sin coordenadas lo llama OASIS.
Miguel Cárdenas busca la perfectibilidad de su oficio pictórico. El hecho técnico que emerge de la maestría en el oficio de pintor se entreteje con sus ideas para ofrecer un conjunto de obras logrado tanto en el plano formal como conceptual.
El filosofo errante Jean Jaques Rousseau (1712-1778), estructuraba su pensamiento entre la marcha en el campo y los viajes, otorgándole al libre deambular un valor propio de libertad. El otro Rousseau, Henri, conocido como el aduanero (1844-1910), alimentaba su sed de libertad recurriendo a su imaginación y la los relatos de expedicionarios a México. Era un asiduo visitante de los invernaderos de Paris. Exclamaba: cuando veo allí las plantas de tierras lejanas, me parece que estoy soñando.
El Rousseau filósofo entendió el libre albedrío como don de la conciencia que le permite al hombre hacerse responsable de sí, y en tal medida, de su capacidad creativa. El ‘buen salvaje’ le sirvió para introducir una brecha en el relato histórico del Génesis. El Rousseau pintor se permitió la libertad de imaginar un hombre en paz con la naturaleza, recreado en un Edén.
Algo de los dos Rousseau visita la obra de Cárdenas: se destaca la libertad para crear un mundo mítico a su antojo, la capacidad de liberarse de los códigos corrientes de la pintura contemporánea, la recreación de un mundo de ensueño donde también está presente una reflexión sobre las relaciones que deben ser repensadas con urgencia sobre el mundo natural/humano/animal.
Algunos filósofos señalan la dificultad ética del hombre contemporáneo para situarse en relación con los demás seres vivos.
Los animales y las personas ‘no-humanas’ (denominación que cubre a los animales que demuestran auto-conciencia, intencionalidad, creatividad, comunicación simbólica, entre otros rasgos), comparten el medio ambiente y los espacios de habitación humana. Aquellos seres que en alguna medida se asemejan al hombre entran en conflicto con la racionalidad tecno-científica que permea la cultura occidental y hoy, todos los días, vemos que la catástrofe ha llegado. No hay una naturaleza virgen, no hay un mundo mejor por descubrir.
La herencia de Descartes, con su dualismo mente-cuerpo, nos hizo olvidar el estatuto filosófico del animal entre las grandes civilizaciones, que osciló entre dos concepciones: el animal-hombre y el animal-objeto. La urgencia de repensar una ética de convivencia conduce al replanteamiento del animal como ser-sensible y de la naturaleza, no como recurso, sino como hábitat para todos. Está demostrado que aún una destrucción moderada del hábitat propio determina la lenta pero definitiva extinción de especies. Entre más fragmentado el hábitat, mayor será el numero de extinciones que se ocasionarán por daños nuevos al ambiente. A una naturaleza artificial de origen tecnológico, característica del antropoceno, se busca responder con el cuestionamiento del etnocentrismo que impide comprender las múltiples relaciones entre lo humano, los animales, las plantas y los minerales.
Haciendo uso de la imaginación, OASIS plantea otro orden posible de las cosas…las inquietudes teóricas de Cárdenas se encarnan en su obra, cuyo llamado estético y ético agudiza los sentidos. El examen cuidadoso de su pintura revela la marca metódica del oficio: no hay superficies repintadas, sino que la obra de realiza en un tiempo continuo. Hay urgencia en el acto de pintar. Hay urgencia en la necesidad de repensar un mundo de relaciones.
Su colorido y trazos propios nos reafirman que OASIS, donde lo salvaje hace un retorno triunfante, es cuestión de vida. O muerte.
Ana Patricia Gómez
Bogotá, agosto 2018