
Eduard Moreno es un artista multifacético, cuyo interés por la teoría y la filosofía lo distingue en el panorama del arte colombiano. No es de extrañar, entonces, que el título sea apropiado de un ensayo del filósofo italiano Giorgio Agamben.
Una nueva serie de pinturas nos enfrentan a diversos paisajes de quema; quemas que producen un ambiente de bosque andino donde también está presente la bruma. En las obras, la imagen del bosque se acompaña, en un juego de realismo y abstracción, del substrato que queda después de incendiarse los árboles y el pasto, una mezcla de tierra, ceniza, material vegetal, arenas y otros. Digamos que la prueba está allí: en ese rectángulo cuasi-negro, se plasma la evidencia que deja la naturaleza de su proceder. En la sutileza de la pintura, no podemos definir qué acontece en esos paisajes de amanecer, o de tarde gris; solo sabemos que se quema la casa.
Pero quema es también transformación y purificación de la materia. No es sino pensar en el rito de la cremación humana. La quema es parte del ciclo natural y evolutivo en la cadena de creación de nutrientes. Pero también, la combustión obedece a la expansión de fronteras agrícolas, a la extracción de madera y carbón, además de atestiguar los trastornos producidos por el cambio climático.
Para Agamben, la casa es tanto el lenguaje como el mundo que habitamos. Bien hace Moreno en señalar, por este medio, que el artista no es ajeno al mundo que habita. Sus ancestros, por generaciones ligados a la tierra, le inspiran a vincular esta obra a la idea del pagamento. Devolver, hacer homenaje, reconocer estos lazos, es la razón de los pagamentos. Es abrir el entendimiento a un juego de planos, espiritual y chamánico, donde la energía se mueve entre niveles distintos, no necesariamente abiertos a nuestra percepción.
De igual modo, los ‘amarres’, distintos paisajes impresos en carbón y enlazados por varillas de cobre hablan sobre esta necesidad de reconocer en el suelo, en la naturaleza, aquel ámbito de lo natural y sobrenatural que nace con nuestras culturas ancestrales y es nuestro legado. El cobre, asociado a la idea del movimiento perpetuo de la energía, carga un mensaje que hace referencia a ese intercambio, a la eliminación de exceso, a la necesaria transferencia energética, ecológica y económica fundamental para mantener un equilibrio entre los seres y las fuerzas vivas.
El cobre reaparece en forma de placas recuperadas de tableros electrónicos. En ellas se pintan papas en diversos estados de germinación. Recordando al artista conceptual argentino Víctor Gripo, Moreno nos señala que la papa, cuyo cultivo en América se remonta 10.000 años, es ese ingrediente americano mágico que colonizó a Europa. Así como marcar un retorno al paisaje, enmarcándolo en franjas de cobre, pintar la papa, alterando nuestra relación cotidiana con el alimento es una forma de homenaje a lo puro que brota de la tierra sin esfuerzo aparente.
La casa se está quemando en todas partes. Esta es una metáfora para una ‘sociedad del presente’ que desconoce los límites de su actuar. Para Agamben, los únicos que se pueden llamar a sí mismos contemporáneos son los que no permiten que los cieguen las luces del siglo, para poder observar mejor las sombras en las luces, y finalmente la oscuridad absoluta que nos rodea.
Ana Patricia Gómez - Directora
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