Eduard Moreno nos muestra que las cosas no son, sino que las hacemos ser. A través de pintura, impresiones, instalaciones y mediación, pone en juicio a las instituciones que, en su apariencia benefactora de la cultura, también replican prácticas de 'lo colonial', y, en el afán de conservar, despojan de significado aquello que guardan.
Para la edición X del Premio Luis Caballero, con su proyecto ‘Provocarse el archivo’, intervino el Museo Santa Clara (antes un convento de clausura), donde trajo la confesión católica al presente laico del edificio ofreciendo uñas pintadas a cambio de confesiones; expuso en microscopios un archivo alternativo, conformado por pelusas, cadáveres de arañas y aretes impares recogidos del suelo del museo, confrontando el significado sagrado y el mundano de lo escatológico (la muerte y el desecho, lo que merece ser conservado y lo que debe ser barrido). Por último, escondió el archivo de pinturas, esculturas y relieves detrás de cortinas negras, para que cada participante decidiera si quería dejarlas ocultas o descubrirlas.
Eduard Moreno visita con frecuencia la idea del archivo, como práctica y como institución. En ‘Mal de archivo’, conservar aparece como una pérdida, porque aleja a los objetos del contexto que los hace sagrados, señalando que un archivo necesita de las miradas para que lo guardado conserve su significado.
Casi siempre pasa del recuadro vertical a mover la pintura por el espacio. En ‘Echar por tierra’, exhibición individual en NC ARTE, usó máquinas de minería para mover dibujos de mapas de extracción minera sobre papel carbón para cuestionar la idea de extracción, así como las tradiciones y las herencias ancestrales y coloniales alrededor de dicha práctica.
Otros materiales recurrentes en su práctica son residuos de procesos industriales y de prácticas tradicionales, inevitablemente cargados de información histórica o simbólica, como el cobre - conductor de energías prácticas y mágicas – a veces proveniente de tarjetas de computador, o las cenizas de las quemas agrícolas de los sembrados de papa.
El papel carbón aparece con frecuencia como limbo entre la imagen original y la copia, entre lo real y lo que va a desaparecer, resonando con el recuerdo de infancia de un borde difuso entre lo rural y lo urbano del barrio donde creció en Bogotá, unido a la misma sensación latinoamericana de “haber sido algo”, lo que llama en su declaración de artista “fantasmalidad ancestral”.