Jorge Ortiz se formó como publicista y comenzó a trabajar como asistente de fotografía en un estudio en Nueva York. A partir del contacto con los materiales de laboratorio encontró su verdadera vocación en el arte y en la fotografía. Los materiales de revelado dejaron de ser medios para un proceso para convertirse en las herramientas que le permitieron experimentar con la luz, el tiempo y el azar. Con estos medios comenzó a trabajar en Colombia, participando en el Salón Atenas de 1978. A partir del 76, los enjambres de cables o las simples estructuras visuales que estos creaban en la escena urbana fueron una temática recurrente, así como las vistas lejanas de Boquerón en Medellín. Como miembro de la ‘generación urbana’ de Medellín, pertenece a la generación de artistas que se alejaron de las tradiciones pictóricas antioqueñas para enfocarse en un nuevo modo de habitar, en unos comportamientos e intereses marcados por el detonante urbano.
En los años ochenta, la experimentación e investigación en el proceso de creación de la imagen se fortalecieron, para dar paso a procesos de revelado por fuera del laboratorio, enfatizando en la participación de procesos ambientales.
Poco a poco todos los elementos de la fotografía pasaron a su repertorio de investigación. Las cámaras se convierten en aviones-esculturas, los materiales residuales, como los empaques de aluminio de los rollos, las cubetas y demás utensilios se transforman, un modo de trabajo que, sin dejar nada por fuera, recuerda a la obra de Jimmie Durham. Su producción reciente se apoya en el intaglio para jugar con los conceptos que iluminan la fotografía; la idea expresada en lenguaje se revela en la obra.
La obra de Ortiz se mantiene vigente por su exploración continua de las ideas iniciales que le forjaron un lugar en la historia del arte conceptual y de la fotografía en Colombia. En él se materializa el deseo de todo artista: la voluntad de crear como una fuerza de transformación.